Los que nos suelan ver en vídeo ya saben que estas dos últimas semanas hemos estado en dos frentes líricos. Un Elixir d’amore en Irun y un Dúo de la Africana en Donostia. El participar en óperas y zarzuelas es un vicio como otra cualquiera oiga. Uno empieza en él como el que empieza bebiendo cerveza (a pesar de no gustarle las primeras veces) y al final se termina enganchando. Subirse a un escenario y hacer el minga es, cuando menos, liberador. ¿Cansado si no te puedes coger vacaciones la semana de funciones? Sí. Y mucho. Pero cuando pisas el escenario se pasan todos los males. Te sientes formar parte de un equipo. De algo más grande que tú.
Creo que es por los gritos. Esos gritos a los que llamamos cantar. Sonidos desproporcionadamente voluminosos y agudos para los que nuestras gargantas no están preparadas pero a las que sometemos a años de entrenamiento para poder hacerlo (bien o mal ya es otra cuestión) sin quedarnos afónicos. Efectos de sonido creados a partir del rozamiento y el estrés de dos pequeños cartílagos a los que damos forma poniendo la boca de formas raras. ¡Ah! también viene muy bien levantar las cejas de vez en cuando. Es fundamental para cantar esa nota a la que no llegas bien. Pero… levantas las cejas y… ahí está la nota. Justo un poquito por encima de la que tú estás dando. Pero no pasa nada. Porque el levantar las cejas parece que la estés afinando perfectamente.
El bailar es otro asunto importante de participar en estos saraos. Muchas veces los directores de escena nos piden bailar. Más de uno debería desapuntarse de esa aventura justo en ese momento (por eso de pensar en el bien del grupo y del espectáculo) pero no. Entre todos hacemos que se quede y, además, lo ponemos en primera fila. Para que se vea el amor que le pone al asunto. Que se note que detrás de su pancarta de «yo bailo mal» estamos todos apoyándole. O es que ¿acaso no había aldeanos o sirvientes que bailasen mal en aquellas épocas? No todo el mundo baila bien. Es una realidad que siempre ha existido. Las óperas y zarzuelas no son una excepción.
Porque la vida no va de cantar como el mejor, bailar como el mejor o actuar como el mejor. Va de pasarlo bien. De hacer lo que te llena, lo que te emociona o lo que te da subidón. De buscar tu droga sana. Cantar y actuar en un escenario es la nuestra.
Siempre nos quedará La Traviata.
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