Ayer oí esta frase de boca de un familiar. No es suya. A ella se la dijo una persona sabia. Y me pareció resumir muchas de las sensaciones que tengo últimamente. Hoy no te traigo ni vídeos, ni fotos ni humor. Le acabo de preguntar a Agur si me da 15 minutos antes de salir de casa para poder escribir eso. He salido corriendo de la ducha queriendo escribirlo.
Otra de las razones para escribirlo es un vídeo de Yellow Mellow que me ha saltado en YouTube mientras veía cómo fabricaban unas máquinas de vending (ya ves tú). Pero sobre todo porque estoy un poco harto de la gente. Tenemos un amigo que siempre dice eso de «hay que matar gente» cuando hablamos de tocapelotas, amargados, o gente despreciable. Yo siempre he usado aquello de «hay gente que no merece ni el aire que respira«. Es algo más fina. Algo menos «matadora». Está muy mal visto hacerlo en estos tiempos.
En cantidad de conversaciones a alguien se le escapa un «está todo fatal«. Nosotros, con nuestra filosofía de behappy bekatterox intentamos contagiarle algo de optimismo. Y no es que digamos que está todo maravilloso. Pero ese todo no tiene entidad propia. El todo lo hacemos nosotros. La gente. Por lo cual, entendemos que es la gente la que está fatal.
Mellow habla de la democracia de internet. De cómo la red tiene de bueno que todo el mundo puede participar a la vez de tener de malo que todo el mundo puede participar. Entonces ¿es malo o bueno que todo el mundo participe? No termino de entenderlo. También habla de que no todo el mundo debe opinar de todo y en todo momento. Es decir, la gente siente la obligación de tener que opinar sí o sí sobre todo tema que se toque. Como si de ello dependiera su vida. Perdona pero no. Tu opinión… puede ser… es posible que… no cuente. Por muchas razones pero la principal de ellas es que la acabas de formar para poder decir algo. Vivimos con tal falta de que nos escuchen que sentimos que necesitamos hablar en todo momento. Es curioso, por cierto, que yo escriba esto cuando soy alguien que es capaz de estar hablando en público durante hora y media (o más) sin decir nada de fundamento.
Muchas cabezas no son capaces de seguir el ritmo al que saltan los posts en las redes. Por eso no termino de adaptarme a twitter. Mucha gente, muchas opiniones, muchos memes, mucha actualidad que se te escapa si llegas dos minutos tarde. Pero es precisamente en esta red (además de YouTube, Facebook e Instagram) donde este efecto se aprecia con mayor claridad. Se busca un mayor número de followers para sentir que alguien te escucha. Y la gente cuenta el número de cereales del desayuno en público. Un twit por cada cereal. Y además, buscan en su timeline a aquellos «famosos» a los que sigue para opinar, contradecir, rebatir, insultar, boicotear o valorar todo aquello que publican como si les conocieran. Como si ese mensaje acortado a 140 caracteres fuera suficiente para conocer la experiencia, vivencias, problemas y virtudes de su autor.
Por eso que la frase «Hay mucha gente pero pocas personas» es un resumen perfecto para eso que siento. Hay quien no aporta nada. Hay quien no piensa. Quien se cree saberlo todo. Quien no aprende. Quien resta a lo aportado por otros. Y digo yo: ¿no se podría arrejuntar a toda esta gente y meterlas en algún lugar remoto con sus propias redes y leyes sociales para ver cómo se sacan las castañas del fuego? Habrá quien diga que estoy planteando un régimen de Personas de Primera y Personas de Segunda. En efecto. Lo hago. Pero no las clasifico por religión, raza, nivel económico u otras jilipolleces como lo venimos haciendo durante toda la historia de la humanidad. Lo hago por Aportador y No-Aportador. Vivimos en sociedad para ayudar a quien necesite ayuda y la pida. Faltaría más. Pero no para joder al prójimo ni aguantar que nos jodan.
Ayer hablaba con Agur sobre lo absurdo que es que opinemos como si la razón fuera nuestra por derecho, cuando, en realidad, nuestra opinion viene dada por nuestro lugar de nacimiento, nuestra cultura, religión, vivencias, forma de amar, educación y otros muchos factores. Éste podría haber sido el título: «Tu opinión no es tuya». Somos capaces de llamar de todo a cualquiera cuando, en realidad, podríamos ser nosotros mismos si hubiéramos nacido en su lugar o entorno.
Nos fiamos de nuestra cabeza hasta las últimas consecuencias sin saber que la realidad no es real. Es nuestra y de nadie más. Lleva nuestros filtros por delante y somos incapaces de quitarlos antes de hablar, opinar u ofender deliberadamente a otro igual.
Así que deberíamos hacer el ejercicio, de vez en cuando, de no opinar (yo el primero, que ya me vale). Meternos la lengua en el culo y pensar que… a lo mejor… puede ser… es posible… que no tengamos ni idea de lo que se está hablando. Que seamos incapaces de tener una buena opinión formada en los dos segundo que nos ha costado intentar hacerlo. Cállate. Cállate y cállate. Por un momento: escucha. Al fin y al cabo es la razón que te lleva a opinar y juzgar todo lo que te rodea: que no te escuchan.