Al igual que los últimos años, hemos vivido el día grande de Irún con la cámara pegada a la mano. Al igual que los últimos años, hemos podido disfrutar de las fiestas el día de San Marcial y poco más. Peroqué día. A pesar de tener unas mini vacaciones entorno a las fiestas de Irun sólo hemos podido acercarnos al centro de la ciudad la víspera y el propio día del Alarde. Ya sabéis que siempre andamos en mil «saraos» y el tiempo da para lo que da.
Pero no importa porque, este año en especial, hemos pasado un día estupendo. Tranquilo. Sin comer demasiado y sin beber demasiado. Sin mareos. Sin incidentes. Sin demasiadas preocupaciones. ¿Nos estamos haciendo mayores? Seguramente. Pero oye, terminar el día en un balcón con velitas y cenando de picoteo le deja a uno las pulsaciones de lo más relajadas.
El tiempo sin duda ayudó. El año pasado hizo un calor que hacía que los empastes aguantaran en su sitio a duras penas, y hace de un día tan largo como éste una cuesta arriba continua.
A la mañana pudimos ver al alarde desde una posición ideal. Sin aglomeraciones, con el sol mañanero en contra y con una pequeña corriente que aliviaba el calor de los rayos de son en la cara. Y como en otras ocasiones, nos viene a la cabeza las mil y una maneras de disfrutar de las fiestas. Caras diferentes. Cada uno con su motivo para disfrutar, sufrir, alardear, superarse o recordar. Pero lo importante es estar ahí. Gritar. Saltar. Reír. Desfilar. Cada uno con lo suyo. Con su historia en la mochila. Con sus razones y objetivos. Allá cada uno. Yo a lo mío. Y eso es precisamente lo bueno. Poder hacer la fiesta tuya y disfrutar del aspecto de ella que te interesa o te atrae. Usarla para tus propios fines. Desfogar. Ver a tu gente. Volver a tu cuidad. Tomarte unos días para ti. Lo que sea.
En nuestro caso el disfrute fue estar con parte de la familia, aplaudir, hablar, reír (mucho, muchísimo) y sacar fotos. ¿Para qué quieres más?
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